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“Procura ser dichosa”

Procura ser dichosa; aprende a gozar con lo pequeño y que te haga feliz la luz, una sonrisa, una mirada cordial. Mátate el monstruo de la ambición, es plebeyez y no te sientes a esperar la dicha en el camino como una reina que pasará en una carroza. Podrías morir sin verla pasar y morirías como requemado de sed. 

A la fuente de la vida vienen muchos en busca de agua: los lujuriosos traen grandes cantaros, y se fatigan con el solo peso de su ambición. Los que son humildes o sencillos llevan solamente un vaso: el del sorbo cotidiano de frescura. Sé de esos simples. Van ligeros y alegres. 

Si hoy te ama tu madre y te es leal tu amigo; si tu huerto te dio tres frutas y miraste el mundo que es hermoso, puedes sobre tu lecho caer apaciguado. Y si no tuviste una de esas cosas, busca la otra que se te dio por ella, porque seguramente se te ha dado alguna. El dado es Uno que no duerme y que te conoce. Tal vez fuiste capaz de concebir un pensamiento alto o amaste más que ayer a tu hermana. También eso fue un don, porque es maravilla poner novedad en la costumbre, te añadiste algo a tu alma. Has ganado también su tuviste en la faena manual más ágiles tus dedos. 

Y cuando nada visible tengas, sueña que tu conquista fue mejor, porque ha sido maravillosa: alguno que conociste, sin que lo notaras te amo y te va a seguir en la vida. Son estos encuentros semillas ciegas que echaste inadvertidamente y en días más las tienes a flor de tierra.

Has podido ganar inconscientemente en suavidad de corazón porque oíste un canto tierno o que te conmovió porque recibiste este día la injuria sin la contracción de otras veces. 

 Te aseguro que fue día de siembra este que se acaba de morir. Todos son así. Caminando se siembra, aunque se lleve el puño contraído, con la mirada abierta, que es otro sembrar callado y suavísimo. Elige tu surco y siéntate por la vida a labrarlo. Nunca tendrás más de lo que sombrea tu brazo extendido o abarcan tus ojos. ¿Para que buscarías más? El resto seria mentira de posesión, piro miraje. 

Guárdate de lo inmenso, líbrate de la soberbia. Cree, sí, en la pequeña maravilla. Te cabe entre las manos y no la perderás; a nadie tienta y no te la arrebatarán. Esa pequeña maravilla es tu pequeño oficio o tu breve heredad.

No te emborraches de ambición como de vino.

Agota primero lo próximo y lánzate solo después a alcanzar lo lejano. Lo próximo es, si eres mujer, tu casa y tu hijo; si eres hombre, tu pueblo. Si lo domas, puedes volar más lejos. Disciplínate en lo pequeño.

Reduce tus sueños como si debieras morir a los treinta años, el sueño artístico o el político.

Haz de la sencillez una especie de religión: es la de los sensatos y los puros. 

Mide tus manos al fabricar tu quimera. ¡Qué pequeñas son! Te las duplica la diligencia y el ardor, pero siempre serán dos pequeñas manos de barro sensible que la enfermedad puede romper extenuadas.

Cada deseo inútil es un gusano que escurres en tu corazón para que te turbe inútilmente.

En cambio ¡cómo se te desahoga el pecho cuando arrojas una ambición! Y cómo se te aclara la vida cuando le quiebras un vicio. 

Sé un buen leñador de tu mismo: pódate sin piedad y hasta ser un alto y sencillo árbol. Veras entonces la belleza insigne que es la sencillez, la nobleza con que el árbol siempre apunta al cielo, o sea a lo eterno; el escaso rumor que los vientos adversos arrancan de ti, es decir, la tremenda potencia con que resistes a la adversidad. 


Gabriela Mistral

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