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Gabriela Mistral

Abordar a Gabriela Mistral no es fácil, tanto por la cantidad de facetas que desplegó en su vida, como por la complejidad y riqueza de su pensamiento. Nuestro imaginario sobre ella ha transitado entre una visión tradicional e idealizada de la poeta en el valle, que amaba a los niños y escribía para ellos rondas infantiles; y una más reciente, que, a partir de la revelación de sus cartas, la ha retratado como ejemplo de la mujer contrariada y conflictuada con su tiempo, con su rol en la sociedad e incluso con su sexualidad. Pero como a toda persona, no se le puede etiquetar desde una sola categoría.

Su biografía está marcada por sus múltiples y disímiles experiencias de vida. Nació el 7 de abril de 1889 en Vicuña, zona rural del Valle del Elqui caracterizada, entonces, por su aislamiento y pobreza. Allí pasó su infancia y juventud junto a su madre y hermana mayor, sin poder finalizar formalmente su educación escolar tras ser injustamente expulsada de su escuela, y procurando aprender, por tanto, de manera autodidacta. De carácter introvertido, declaró en diversas oportunidades haber hallado en los libros a sus mejores amigos, en el contexto de una infancia a la que recordaba como desdichada.

Tempranamente, comenzó a ejercer como maestra rural y a contribuir con columnas y poemas en periódicos de la zona. En 1910, consiguió el reconocimiento formal de su oficio de educadora, gracias a lo cual ejerció como maestra en diversas escuelas a lo largo de Chile. Nunca sintió haber sido aceptada, sin embargo, por la comunidad docente formal (normalista), debiendo lidiar siempre con las críticas por no haberse instruido profesionalmente en la pedagogía. No obstante, volcó su vocación al trabajo de todo aquel que quisiera aprender, inspirándose de ello para ofrecer una perspectiva muy personal sobre el rol de los profesores y la educación.

Para ella, educar no consistía en instruir intelectualmente a un otro: significaba influir íntimamente en una persona en formación, en su carácter, sus sueños y su destino. Hablaba, así, de los profesores como rectores de almas y de la educación como una profesión de amor que debía desplegarse siempre con belleza, desde la entrega desinteresada hacia el otro.

En 1914, Mistral obtuvo el primer lugar en los Juegos Florales de Santiago de Chile con sus Sonetos de la Muerte -inspirados en el suicidio de quien había sido su primer amor-, comenzando así, de manera paralela, su trayectoria como poetisa. Su contacto epistolar con diversos intelectuales y escritores de la época, como Rubén Darío, José Vasconcelos y Alfonso Reyes, le abrieron las puertas del mundo. En 1922, mismo año en que su libro Desolación fue publicado en Nueva York, fue invitada a México por Vasconcelos en su calidad de Primer Secretario de Educación Pública, para participar del proceso revolucionario de dicho país y colaborar con el Programa Nacional de Educación Pública Mexicano.

Desde allí, Gabriela comenzaría a adquirir reconocimiento internacional, con una vida itinerante como invitada cultural a diversos países y ocupando algunos cargos políticos, como el de representante de la Sociedad de las Naciones en Ginebra, y como diplomática en diversos países, como Italia, España y Brasil. En 1945, obtuvo el Premio Nobel de Literatura, siendo la primera mujer iberoamericana en recibirlo.

Escasamente regresó a Chile, país con el que mantuvo una contradictoria relación. Durante sus últimos años de vida, residió en Estados Unidos, donde conoció a Doris Dana, quien sería su compañera íntima.

Falleció de cáncer al páncreas el 10 de enero de 1957. Sus restos fueron sepultados en su pueblo de Montegrande.

Su legado no se remite sólo a la literatura. Si bien escribió 6 libros de poesía, redactó más de 700 textos en prosa, en los que volcó su pensamiento sobre materias tan diversas y trascendentales como la educación, las identidades culturales y el ser mujer. Nunca adhirió a una tendencia política ni a un movimiento intelectual, sino que se definió a sí misma en base a sus experiencias y convicciones más íntimas y personales. No quería ser recordada como una persona seria ni melancólica, sino como una mujer sonriente y de fuerza vital: Creo en mi corazón, el que yo exprimo para teñir el lienzo de la vida de rojez o palor. Después de todo, supo ver más allá de la apariencia de la realidad y ofrecernos motivos de reflexión para la valoración vital de nuestro entorno y de nuestra sociedad.

María Gabriela Huidobra S.

Decana Facultad de Educación Ciencias Sociales

UNIVERSIDAD ANDRÉS BELLO

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